Joseph Balsamo - Memorias de un médico by Alejandro Dumas

Joseph Balsamo - Memorias de un médico by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Histórico
publicado: 1846-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo LXXII

DESCENSO PELIGROSO

Después que Gilberto hubo preparado su desembarco en la enemiga playa, pues así calificaba el jardín del barón de Taverney, se entretuvo en explorar el terreno desde su ventana con la atención profunda de un hábil estratégico que se dispone a dar una batalla; mas de repente, y con gran admiración suya, se desarrolló una escena que excitó vivamente su atención.

Hendiendo los aires, una piedra pasó por encima de la tapia del jardín y chocó contra un ángulo de la casa.

Gilberto no ignoraba que no hay efecto sin causa, y por lo mismo se dedicó a averiguar la causa, después de haber visto el efecto.

Pero por más esfuerzos que hizo sacando el cuerpo fuera de la ventana, no pudo distinguir la persona que había lanzado la piedra desde la calle.

Lo único que comprendió fue que esta maniobra coincidía exactamente con otra, pues vio que se abría con precaución una de las contraventanas del piso bajo, y que se asomaba la cabeza de Nicolasa.

Cuando la reconoció ocultóse precipitadamente Gilberto para no ser descubierto, pero sin perder de vista los movimientos de la astuta joven.

Examinadas por esta de hito en hito todas las ventanas, y muy especialmente las de su misma casa, salió de ella dirigiéndose al jardín hacia la parte que ocupaba la espaldera, en la cual había algunos encajes secándose al sol.

Precisamente junto a la espaldera había caído aquella piedra que excitaba la atención de Gilberto y de Nicolasa. El primero observó que la segunda empujaba con el pie aquel objeto de tanta importancia en aquel instante, y que continuaba empujando hasta hacerle llegar al acirate abrigado por la espaldera.

Nicolasa entonces empezó a hacer como que recogía los encajes tendidos, y dejó caer en el suelo uno de ellos que levantó enseguida, cogiendo también al mismo tiempo la piedra codiciada.

Gilberto nada podía comprender aún; mas viendo que la doncella quitaba a la piedra una cubierta de papel, llegó a convencerse de que el asunto merecía la mayor consideración por su parte.

Nada menos era que un billete que Nicolasa recibía pegado a la piedra.

La taimada poco tardó en desplegarlo, leerlo y ocultarlo en el pecho: terminada esta última operación, nada la detenía ya en aquel sitio, porque ya se habían secado por completo los encajes.

Sin embargo Gilberto movía la cabeza con ese ciego egoísmo del hombre cuando llega a despreciar a una mujer, que Nicolasa era en efecto una criatura viciosa, y que él se había portado muy bien, moral y políticamente hablando, al separarse con tanta ligereza como valor de una joven que recibía billetes por las paredes de los jardines.

Así discurriendo, aquel joven filósofo, que tan perfectamente hablaba de las causas y de los efectos, condenaba con toda su vehemencia, con toda su indignación, un efecto del cual él era tal vez la única causa.

Entró Nicolasa en el pabellón, y volvió a salir con una mano oculta en el bolsillo, del cual sacó al punto una llave, que Gilberto vio brillar entre sus dedos, y la colocó



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